El sitio de los mil sabores

jueves, 16 de diciembre de 2010

Está lloviendo, las gotas caen suavemente en los asientos de hierro y luego caen al piso. Ocho mesas alrededor de la suya, él está solo. Es alto, tiene ojos negros. Tiene labios pequeños y una barba roja que le llega al cuello. Una puerta de cristal se desliza, el joven entra. Se quita la bufanda del cuello y se sienta.

El lugar está lleno de luces, cada mesa tiene parasoles cafés. Las mesas tienen una división muy pequeña entre ellas. El muchacho puede ver la cocina del restaurante y a cinco mujeres caminando por todo lado mientras abre su bolso, saca un cigarrillo y lo prende.

Cuando el humo del cigarrillo topa el calefactor del lugar crea formas. Una pitada, otra y otra. La ceniza cae en el piso. La mesera se acerca, saluda, ofrece la carta y se va.

Hace frío, a pocos metros del joven muchacho hay árboles grandes, verdes que se dibujan en un cielo que se torna rojo; son las 8 de la noche. La mesera regresa. Mientras se saca sus guantes negros, el joven con una sonrisa ligera ordena su pedido: “Un vienes y trocitos de brownie, por favor”.

La puerta se desliza de nuevo. Dos niñas ingresan con sus padres y se sientan junto al joven solitario. “Siempre vengo acá porque los helados y los postres son exquisitos”, dice la más pequeña. Recoge su cabello ondulado con un moño y se sienta de rodillas encima de la silla, espera ansiosa la llegada de su fondue de chocolate. La más pequeña está con un vestido rosado y zapatos blancos mientra la niña mayor viste jeans, con botas y cordones cafés. Ella tiene el cabello suelto y liso. Mientras la pequeña se sienta, ella se saca su chompa blanca y la deja en la silla.

En la mesa del joven, la mesera coloca un individual de papel y un cenicero. El muchacho pone el cigarrillo en el cenicero; se consume poco a poco. La mesera llega de nuevo. Tiene un delantal café y el cabello recogido con una malla negra. Sobre el pecho está un pin con su nombre: Rocío, quien le dice al muchacho que su pedido está listo. “Fue una excelente elección”, agrega.

El café está caliente. Por encima de una taza pequeña de color blanco sale humo que se dispersa poco a poco alrededor de la mesa. El joven coge el tenedor, lo alza un poco y lo clava en un pedazo de brownie cubierto de chocolate. Se lo lleva a la boca y se demora entre dos o tres minutos en coger otro pedazo. El café tiene crema chantillí y, a lado de la taza, el joven encuentra un pequeño chocolate. Lo saca de su envoltura color gris y se lo come.

Hay plantas alrededor de la mesas; el viento hace que sus hojas se muevan suavemente. El frío aumenta, los calefactores se tornan más rojos. El joven contesta el teléfono. Con una voz tranquila dice: “Sí, me voy a quedar más tiempo”. Se prende otro tabaco. Con los dedos de su mano derecha lo pone en la boca. Lo deja hasta ahí mientras se pone sus guantes negros.

Son 8:55 de la noche. La puerta de la entrada principal se cierra. En el restaurante, sólo queda una pareja y el joven muchacho. En la mesa de las niñas sólo queda el plato con pedazos de frutas y manchas de chocolate.

El joven muchacho, pide la cuenta. Coloca la bufanda en su cuello y espera mientras arrima su espalda en la silla de hierro; su espalda se moja un poco. La mesera se acerca a él y le entrega la cuenta. Él le dice: “siento que huelo a café”. La mesera ríe y se va.

Después de pagar, el joven sale del lugar. Las puertas se cierran totalmente. Una mujer con delantal alza un afiche: “Crepes & Wafles, el sitio de los mil sabores”, “Horario: 12:00 PM-21:00 PM”, San Luis Shopping”. Las luces se apagan.

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